Aun cuando el obispo de Mexicali haya dicho que una llamada del papa Benedicto XVI, fue determinante para inclinar la balanza a favor de la propuesta que criminaliza el aborto, lo cierto es que se antoja muy difícil que así haya sido. Un alto funcionario del Vaticano desmintió al obispo José Isidro Guerrero Macías, al afirmar que no había habido tal comunicación. Lo que sí es creíble es que la cúpula de la Iglesia católica del país sí haya movido sus influencias para que cuatro ministros ultraconservadores hicieran fracasar la posibilidad de que de una vez quedara fijada la postura de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en relación con un tema que debería estar perfectamente definido.
No es posible que en pleno siglo veintiuno sigamos todavía inmersos en una polémica oscurantista que sólo profundiza la de por sí grave división entre los mexicanos. La supuesta defensa de la vida desde antes de la formación del feto, más que una preocupación ética es una andanada ideológica orientada a fortalecer intereses de la ultraderecha, que frenan la marcha de progreso del país. Sería el colmo que un jefe de Estado extranjero, como lo es el Papa, pudiera actuar con absoluta libertad para dictar línea política a un gobierno ajeno, que además se guía por una Constitución laica. Sin embargo, no sería descabellado que así fuera, toda vez que Felipe Calderón ha dado claras muestras de anteponer sus creencias religiosas a sus obligaciones de jefe del Ejecutivo de una nación con instituciones laicas.
Es muy lamentable que la actuación de los cuatro ministros que avalaron las reformas en las constituciones de Baja California y San Luis Potosí, haya dado lugar a la intromisión abierta de la Iglesia católica en un asunto de salud pública sobre el cual no tiene nada que opinar. Lo que se entiende por alma no la posee un embrión, y sí en cambio, perfectamente cimentada, la tienen los millones de niños de la calle que si bien les va llegan a la adolescencia en condiciones muy desventajosas, tantas que muchos miles no llegan a la edad adulta. ¿Por qué no se preocupan por la defensa de esos millones de desheredados?
Es increíble que haya ministros de la Suprema Corte con una mentalidad propia de la Edad Media, lo que deja ver el extraordinario atraso de la sociedad mexicana, a la cual se mantiene en tales condiciones para manipularla mejor con fines egoístas que niegan un verdadero espíritu cristiano. Como bien dijo la ministra Olga Sánchez Cordero, quien actuó con una actitud razonable y de apego a los preceptos constitucionales, con legislaciones como las de los estados que criminalizan el aborto se quiere mantener a la mujer como las escopetas: “siempre cargada y en un rincón”, sin ser dueña de su cuerpo, lo que es el colmo de la falta de respeto a elementales derechos humanos.
Más que acciones punibles en contra de las mujeres que por motivos diversos se ven obligadas a recurrir al aborto, lo que urge instaurar en México es un Estado que salvaguarde derechos elementales de los ciudadanos, hombres y mujeres, entre los que destaca el de una educación sexual científica desde la infancia, que permita minimizar lo más posible la necesidad de abortar, sobre todo entre adolescentes que carecen de información. Sin embargo, absurdamente se niega ese derecho por una doble moral que ata a la mujer en la mentira y la hipocresía. Desde la infancia se la llena de culpabilidad y se la obliga a ver la sexualidad como un acto pecaminoso, cuando es una de las más hermosas alegrías del ser humano.
Claro está que debe hacerse con sentido de responsabilidad, el cual se logra con educación, educación y más educación. “Por tanto, alabé yo la alegría; que no tiene bien debajo del sol, sino que coma y beba y se alegre” (Eclesiastés 8:15). Precepto que siguió al pie de la letra el sabio Salomón, por ejemplo, autor del libro bíblico “Cantar de los cantares”, donde el gran constructor del Templo de Jerusalén, enaltece su inagotable amor por la Sulamita, una de sus incontables esposas, con todas las cuales gozó sexualmente sin hipocresías ni ocultamientos.
Qué lástima que la Suprema Corte de Justicia de la Nación haya perdido la oportunidad de sentar una jurisprudencia definitiva para poner punto final a un debate absurdo. Si no se quiere que la mujer, incluso menores de edad, recurra a la medida extrema que es el aborto, es preciso ayudarla a que tenga un desarrollo pleno, no sólo de su intelecto y de su conciencia, sino también de su sexualidad, que debe ejercer con seguridad, sin riesgos, sin temores. La planificación familiar es el camino idóneo, misma que debe regirse por reglas muy claras y sencillas, fáciles de operar conjuntamente por el gobierno y la sociedad. Basta ya de criminalizar a las pobres mujeres que se ven forzadas a abortar, muchas veces incluso contra su propia voluntad, la gran mayoría flageladas por la pobreza y la marginación.
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