Nunca llamé presidente a Felipe Calderón. Tampoco será, para mí y para millones de mexicanos, presidente de la República, aunque se ponga la banda y le rindan honores, Enrique Peña Nieto.
No ganó el de Atlacomulco a la buena y en la democracia auténtica solo los triunfos absolutamente limpios valen. No hay medias tintas en esto de la competencia electoral. Menos en un país herido, harto de fraudes y de burlas como el nuestro.
El que hace trampa, el que compra votos con dinero sucio, el que se colude con la tv para torcer la voluntad ciudadana, no merece ni ostentar el cargo ni reúne los atributos necesarios para dirigir los destinos de la nación.
Las imposiciones se pagan con sangre. 95 mil muertes nos costó la de Felipe Calderón. ¿Cuánto costará a México la de un hombre como Peña Nieto tan afecto al uso del garrote?
El único recurso de Calderón para conseguir una legitimidad que de origen no tenía, la única herramienta para convocar, histéricamente, a la “unidad nacional” fue desatar la guerra contra el narco. Solo con fusiles logró lo que los votos no le dieron.
Desde sus oficinas blindadas alzó una bandera manchada con la sangre de otros. Sin jamás pisar el terreno de combate, desoyendo voces que le advertían sobre los trágicos resultados de su aventura, mandó Felipe Calderón a los jóvenes de este país a matar y a morir.
¿Qué hará ahora Enrique Peña Nieto? ¿Sobre qué bases intentará construir consensos luego de haber vulnerado las reglas más elementales de la convivencia democrática?
Respecto a la guerra ha dado ya una señal muy clara: habrá de continuarla por derroteros aun más peligrosos. El solo nombramiento de un general colombiano como su asesor en materia de narcotráfico nos habla de su intención de hacer aquí la paz, pero la de los sepulcros.
Por otro lado y siendo, como son, los priistas inventores de la ley de plata o plomo caminarán, como siempre, por ambas vías simultáneamente. Repartiendo dinero del erario y garrotazos.
Tanto si corrompen como si reprimen harán un gravísimo daño, abrirán otra herida a México.
Este país no aguanta más; juegan con fuego el PAN, el PRI y los poderes fácticos. Al no soportar la idea de perder el poder han sido capaces de demoler nuestra precaria democracia y lo poco que queda en pie de las instituciones con tal de conservarlo.
No tuvieron los magistrados del TEPJF el valor y el patriotismo de invalidar la elección presidencial. Solo blindados por la policía y por los medios se atrevieron a dar a conocer una decisión que, muchos, ya esperábamos.
Cerró los ojos el tribunal ante hechos por todo el mundo conocidos. Renunció a su deber de investigar las denuncias presentadas. Se dio el lujo de burlarse de las mismas y de rendir servil homenaje a Peña Nieto.
Antes habían cerrado los ojos, antes habían renunciado a su deber de investigar esos mismos hechos la tv, la gran mayoría de las estaciones de radio y los diarios, los opinadores más influyentes.
Durante semanas en la pantalla de tv, en los programas de radio, en las páginas de los diarios se ejerció una tenaz presión sobre los magistrados.
Sin rigor periodístico alguno se dio por descartada la impugnación de las izquierdas, se la caricaturizó. Se volvieron en los hechos, las figuras de pantalla, los dueños del micrófono, abogados de oficio del PRI y Peña Nieto.
Cerraron los ojos, renunciaron a cumplir con su deber estos “periodistas” porque la compra de votos fue posible no solo gracias a la indigna explotación de la pobreza sino, también, debido a la miseria cultural y espiritual resultado del trabajo corrosivo que, por décadas, ha realizado la tv.
Ciertamente se equivocó la izquierda al ceder a la tentación del performance y presentar los animales de corral pero el caso Monex, el uso de las encuestas amañadas, el exceso de gastos legales de campaña, el uso de recursos de procedencia ilícita no son, por cierto, asuntos menores, ni pueden, ni deben ser objeto de burlas.
Ningún medio serio en el mundo ha ignorado estos hechos. La relación entre Peña Nieto y la tv, la compra de votos, la elección presidencial es un escándalo más allá de nuestras fronteras.
Abogado de oficio de Peña Nieto ha sido también Felipe Calderón quien, feliz porque la derrota de Josefina Vázquez Mota le permite devolver el favor de 2006 al PRI, ya se siente a salvo.
Olvidan, sin embargo, Calderón y también Peña Nieto que somos muchas y muchos los ciudadanos que no nos cansamos, ni nos rendimos, ni nos acomodamos, ni nos resignamos. Ya no.
Y no se trata de defender las aspiraciones presidenciales de Andrés Manuel López Obrador, aunque estar con él es un honor, sino de una cuestión de principios, de dignidad, de patriotismo, que, a estas alturas, rebasa con mucho lo meramente electoral.
No es la hora del desaliento y la desmovilización. Tampoco el momento de caer en las provocaciones que, para descalificar y desarticular al movimiento ciudadano, comenzarán a producirse.
Autocrítica implacable, rigor en el análisis, serenidad, creatividad, unidad y firmeza necesitamos para impedir que estos que, otra vez, se han robado la elección, nos roben lo que queda de México.
La resistencia contra la imposición apenas comienza y sigue siendo, pese a todo, un derecho y un deber.
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